Visión infantil

Cuento corto, 2016 (actualizado)

"Él le hablaba como si de verdad pudiese verlo", el pequeño escuchó a su madre comentar a una de sus amigas más cercanas. Tenía esa entonación en la voz de agotada esperanza sobre recuperación de su hijo. El crío seguía sosteniendo los barrotes de la baranda en la parte alta de las escaleras, atento a todo lo que parloteaban las mujeres. Volteó sobre su espalda y le sonrió al chico que lo acompañaba. La complicidad era grande entre esos dos niños. "Un amigo imaginario", lo habían calificado ellos, cuanto psicólogo o experto en la materia lo haya visto. Aquellos con estudios más esotéricos alegaban opciones un poco más perturbadores que prefiero no mencionar. Para el chico era real, no importaba cuánta terapia le pudiesen hacer y a decir verdad era un mocos obstinado. En un mundo de personas "grandes", eso no era bien recibido. 

Su compañero era casi de la misma edad que él, nunca se lo había preguntado. Curiosamente, eran bastante parecidos en aspecto, también. Lo conocía desde que había adquirido conciencia en este mundo, o sea aproximadamente cuando ya podía ducharse solo. Todo lo anterior vivido a ese hecho importante, solo eran rezagos memoriales de una vida feliz dentro de la ignorancia total. Podrías atribuirlo a su soledad, a la desatención de sus padres, a la imaginación o a una falla cerebral, pero jamás podrías demostrarle lo contrario. Varias veces le habían mencionado que no existía. Que cuando jugaba, lo hacía sin compañía. Él se limitaba a sonreír. La inocencia no había dejado aún ese cuerpo.

Saltaron, sin preocupaciones, por todo el pasillo hasta la cocina. Su amigo parecía que nunca escuchaba lo que decían de él y tampoco quería preguntarle. Lo que sí le apetecía eran unas galletas. Tras una seña, la estrategia de utilizar la silla y subirse uno encima del otro para alcanzar la repisa donde se encontraba el frasco, inició en el más cuidadoso silencio. Tanto tiempo, su coordinación y ejecución conjunta era bastante buena. En una ocasión, habían podido ahuyentar al gran perro negro de un vecino anciano para jugar a gusto en el parque, en otra habían recuperado su balón favorito de más allá de la cerca de la pareja joven que hacía mucho ruido por las noches. Habían logrado tantas cosas juntos... De verdad era imposible que no existiese.

Minutos después, el botín descansaba en migajas sobre sus ropas y masificado en sus estómagos. Empachados y satisfechos, el sueño se apoderaba de ellos. Recostados en un árbol en el patio trasero de la casa, el infante se dio cuenta de lo taciturno que se había mantenido su amigo durante todo el tiempo de la visita. Intentó hablarle, pero parecía bastante distraído mirando el cielo. Decidió solo fijarse en otra cosa y dejarlo pasar.

"¿Tú crees en la vida luego de morir?", comentó su acompañante, causando una leve impresión en el pequeño. Advirtió que quizás fueron sus primeras palabras en horas. "Claro que sí, me lo han enseñado en el colegio. Luego todos iremos con el niño Dios al cielo". Para ser joven, su compañero lucía bastante escéptico. "¿Y crees que haya vidas pasando en otros lugares?", esas palabras lo dejaron pensando un momento. "No lo sé, ¿cómo fantasmas? Si te refieres a no estar vivo... No sé". Concluyó que su respuesta no había producido ganas de seguir charlando, pues su amigo volvió a ver el cielo. 

Los minutos escurrieron.

"Necesito buscar algo en casa, ¿me acompañas?", preguntó su amigo. Era la primera vez que le pedía que lo acompañase a casa. Siempre él aparecía en su puerta o se lo encontraba en el parque de juegos infantiles a unas cuadras. Curioso y entusiasmado por visitar la casa del otro chico, lo siguió en silencio, todas eran calles desconocidas para él. El pavimento, el diseño de las casas, incluso los jardines. Todo era nuevo y por su corta edad, lo maravillaba con facilidad. "¿Cómo pueden pensar que no es real?" dijo para sus adentros, escapándosele un gesto de preocupación minúsculo. Al poco tiempo, el sol comenzó a tornarse una gran naranja, mientras descendía a paso lento para darle la entrada a la oscuridad, por la fecha de luna nueva. Esto hizo regresar las dudas al niño. Empero, el que se encuentre a su lado su mejor amigo le daba una muy conocida sensación de seguridad.

Así, arribaron a un portón grande, que no tardaron en abrir. Su hogar era solo un poco más grande que el suyo, mas con plantas mucho más bonitas. Inmediatamente le llamó la atención un balón, el cual tomó en manos con la típica creencia de los niños de que el que lo toma es su dueño. A los segundos ya estaban tirándose la pelota el uno al otro mientras la luz se iba apagando, iluminados ahora por los faroles blancos de la ciudad.

Fue entonces cuando sucedió.

El portón se abrió y los niños voltearon a ver. Una mujer. El rostro cansado y maquillado hasta las ojeras, demostraban lo independiente y "mujer de mundo" que era. Sostenía un vaso descartable de café y un bolso que parecía reventar. Vestía un uniforme de oficina y una de sus manos se escondía en el bolsillo interno de su chaqueta. "¡Hijo!", exclamó, acercándose a besar la frente del muchacho. Ahora, el niño tenía todas las razones para demostrar que su amigo era real, sus padres le tendrían que dar una disculpa y habría que averiguar por qué no podían verlo.

Para cuando la madre sacó lo que buscaba, él se acercaba a saludar a la señora por detrás de su amigo. Su voz lo heló: "Cariño, ¿'él' está aquí?". No comprendía, pero al ver la nuca de su amigo, se percató de que asentía lenta y nerviosamente. "Bueno, ya sabes, debes tomar tus pastillas a las horas que corresponden", agregó, entregándole una cápsula azul. También, le extendió el vaso de café, a lo que el infante frunció el ceño con extrañeza al ver a su compañero tomar ambos objetos. Cuando pensaba decir algo, su amigo volteó, con los ojos húmedos y una pizca de compasión en la mirada. 

La pastilla hizo el trayecto que debía. Entonces, el pequeño sintió la más profunda oscuridad.